Movimiento
El pez dorado se mueve en el acuario, deslizándose en sus leguas submarinas, sin preocuparse por la mirada lacrimógena del que lo ve y que navega en la sal acuosa que se escurre por su cara. ¿Cuántas veces oímos que es relajante mirar a un pez encarcelado moviéndose entre cuatro paredes de vidrio? ¿Qué siente el pez?
El movimiento de las aguas no relaja el observador. Es solo una mirada sin sentido mirando al movimiento también sin sentido del pez encarcelado dentro del acuario.
Si fuera un pájaro cantaría, y desde su tristeza traería el conforto a los oídos de su tirano. ¿Qué movimiento es ese que nos pasa tranquilidad y calma venidos desde una cárcel? ¿Venidos del sentimiento de un encarcelado que siente su angustia mirando a los cuatro espejos de una cárcel?
Imaginemos el mundo como si fuera una cárcel envuelto por una pelota azul que gira en el firmamento. Y por su vez la pelota es prisionera de una luz brillante que la sostiene y que puede darle cabo cuando quiera y morirá al final del ciclo de vida. ¿Qué existirá al final de todo? Quizá un observador lejos de aquí, delante de espejos de vidrio que aumentan y disminuyen las distancias, escriba en un papel lleno de garabatos aquel fenómeno de una pelota desapareciendo dentro de un acuario oscuro y encantador.
¿Qué movimiento nos lleva adelante sino observar las jaulas adecuadas y acuarios iluminados de seres caminando en la calles, deslizándose desde sus casas al trabajo, como si fuesen pájaros que vuelven a sus nidos o peces viendo los mismos paisajes.?
Miramos a prisioneros que nos distraen en sus cárceles de vidrio o metal. Todo se mueve en el mundo. Y todo movimiento es indiferente a nuestros sentimientos. Quizá exista un sentido entre esos cárceles de metal, vidrio y cemento. Construidos para el divertimiento de algunos y fuentes de tristezas para otros.
El pez continúa su caminata de un lado a otro, intentando encontrar una salida hacia un lugar que él no imagina que exista. El pájaro no retiene su canto, supuestamente alegre, sin embargo de desencantamiento. Busca, por cierto, alguna ayuda externa para encontrar, nuevamente, el aire libre e infinito. Mientras el pez ni imagina que su lugar dista mucho de allí y nunca logrará alcanzarlo y ni el pájaro tocará el final del horizonte.
La mirada que se pierde observando el pez dorado moviéndose, los oídos que escuchan la melodía de tristeza y el pedido de ayuda del observador se encuentran en el cárcel de sentimientos. Porque el hombre sabe que en su mente él propio produce aquellos movimientos. Y también sabe que no existe un más allá. Lo que fusiona los prisioneros es la imaginación y la esperanza.
Ellos deambulan lejos de sus cuerpos y cumplen un movimiento que no existe en la mente. Siempre encuentran las paredes de vidrio y barras resistentes, porque existe el miedo de imaginar más allá que eso. Y concluir que el movimiento que hacemos en la vida no está lejos del pez que nada y del pájaro que canta.
Origen de la foto: Foto de zhengtao tang na Unsplash
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