La vida no es siempre una calle florida
Tras un ramo de flores no hay, siempre, la perfección. Podrá existir buenas intenciones, o existirán otras no tan buenas. Tras todo el obsequio, no hay siempre la sinceridad perfecta. Aun así tras una sonrisa, no es posible ocultarse la maldad y la envidia. Tras la apariencia, aun cubierta de flores, los espinos que las flores tienen estarán presentes, sin embargo.
Ramos de flores desaparecen bajo las botas de los dictadores; de los paranoicos; de los infelices; de los arrogantes; de los que piensan estar ocultados y disfrazados sus sentimientos reales, bajo los olores placenteros de las rosas y de los discursos conmovedores.
Tras las sonrisas y las flores, los obsequios, las palabras encantadoras, los ojos mimetizados de los psicópatas están las artimañas. Y, tras la tristeza de los amantes, los ojos melancólicos se quedan encendidos y las lágrimas deslizan para contener el pequeño infierno del fuego ardiente de los apasionados.
Obsequios y flores son disfraces, son las armas sutiles de los caballeros, y las sutilezas envolviendo a las damas que sueñan por la llegada del príncipe encantado.
Hasta las palabras dichas durante el ardor de la contienda, para aliviar la carga emotiva, no son tan peligrosas como el contorneo serpenteante por la saciedad del deseo. Palabras hieren, porque son espinos naturales, a ellos las flores los tienen ocultados en las hojas y tras al atractivo que posean.
La vida, no es siempre una calle florida. En la vida existe todo: encuentros; desencuentros; amor y desamor. Flores secan con el avanzo del tiempo, amores no correspondidos se quedan disfrazados, pero son semillas mojadas al largo del tiempo, listas para revivirse. Ni todo en la vida son flores, porque hay la vida para ser vivida, y ella es dura, y solo el piso no es capaz de germinar. Flores suelen necesitan de un piso fertilizado y listo para nuestra caminada llegar a su término.
Tras un ramo de flores no hay, siempre, la perfección, y para tenerse las flores necesitamos evitar a sus espinos. La llegada del amante es más bienvenida que la cobertura de flores que él traiga. Aun las palabras no digan todo lo que se quiera, el sonido de la voz amada no deja la soledad ocurrir; este es el mejor perfume, la mejor realidad que podemos tener sin la adulación.
Si las flores llegaren, y tras ellas la voz conocida y muchas veces oída presentarse, seguramente, el ramo tendrá más perfumes, y los espinos serán pequeños aburrimientos, y, así como las palabras duras, se quedarán al desconocido.
Los verdaderos ramos de flores llegan en el instante del dolor; cuando el abrazo reconforta; cuando la búsqueda por ayuda llega pronto, a través de las manos extendidas para ayudar en la caída; o por las manos que nos toca suavemente, y nos parece, entonces, que el mundo se vaya a parar de girar.
Tras un ramo de flores no hay, siempre, la perfección, y por veces las flores están disfrazadas. La maldad siempre llega encubierta tras un ramo bien formado, pero el bien llega sin perfume, sin color y sin sabor, y su disfraz es lo invisible, y sólo en la hora del sufrimiento vemos como él es mayor que una cantidad de decenas de flores que un ramo puede contener.
Fuente de la foto: Photo by John Benitez on Unsplash
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