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La historia de un ateo

        Era un ateo. Así la gente lo nombraba porque no creía que el mundo podría convertirse en algo bueno, y que no existían cosas como fraternidad universal, bien estar de una comunidad o aún el amor al prójimo, como le gustaba decir la gente. Esas cosas, él las exponía a los cuatro vientos. A menudo salía de su casa y se iba por las madrugadas llevando mantos para los sin techos en las calles, que temblaban con el frío de las noches de invierno. Trabajaba colaborando con distribución de comida, mientras se maldecía en su interior, apartándose del grupo cuando se juntaban para rezar.
       Él se iba por las calles, enterneciéndose si algún can deambulaba solo y triste, en duda si lo cargaba hasta su casa, sólo uno más, se decía, ya viéndolo reunido a otros que tenía, siendo recibido, afectuosamente, por ellos, entre ladridos y movimiento de colas.
      Celebraba, cuando le hablaban acerca de su comportamiento que rechazaba a Dios y que le llevaría al infierno. Él les contestaba que no le gustaba tampoco reunirse con quienes no se acordaba. Y no veía ningún problema cuando blasfemaba, porque no blasfemaba, y si lo hiciera estaría aceptando la existencia de Dios, (pues) luego no tenía tiempo para perderse con macanas.
        Las lágrimas salían de sus ojos, silenciosamente, cuando veía a negros y pobres, niños siendo rechazados de lugares reservados para ricos, por guardias de seguridad y policías, y por eso decidió vivir cerca de ellos, para que pudiera ayudarlos de alguna manera. No aceptaba reconocimiento en nombre de Él. Consideraba eso un absurdo, porque si lo hacía era porque deseaba, provocado por algo que desconocía.
        Contestaba que si Dios existiera no permitiría las injusticias del mundo. Y que las acciones de cada uno son las que podrían transformarlo; hacía lo que hacía porque le gustaría ser un ejemplo, de lo que sería posible la fraternidad.
        Se consideraba satisfecho cuando miraba al espejo, aunque escondido, y una sonrisa se dibujaba en su boca, viendo una acción que ha hecho a alguien o a algún animal resultó en un beneficio. Era su momento de alegría, sintiéndose bien ante los otros, aunque cuando miraba a los lados no hubiera nadie para celebrarlo. Para los otros era sólo un ateo incorregible, pero, para él, y sólo para él, era lo mejor que podría hacer. Mientras para algunos, no lograr un bien material sería una decepción, para él la tristeza sería no poder hacer más por el prójimo.
        Otras veces, conseguía algún beneficio para alguien, y creía que fue la suerte o el destino al final de todo. Sería algo inexplicable, como si viniera de la nada. Que el mundo es como es, sin nada para añadir y nada podría ser hecho para transformarlo. Las acciones más sencillas podrían hacer la diferencia, entretanto.
        Nadie creía en sus buenas acciones, y decían que quien no creía en Dios, con certeza, no podría realizar ninguna intención buena.
        Y él seguía su vida, con sus propios pasos, oyendo lo que su corazón le decía, en la búsqueda de acciones que llenaban su vida, aunque en Dios no creyera. Entretanto Dios le buscaba, porque le creía a él.

Fuente de la foto: Photo by Clément M. on Unsplash

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Nilson Lattari

Nilson Lattari é carioca, escritor, graduado em Literatura pela Universidade do Estado do Rio de Janeiro, e com especialização em Estudos Literários pela Universidade Federal de Juiz de Fora. Gosta de escrever, principalmente, crônicas e artigos sobre comportamentos humanos, políticos ou sociais. É detentor de vários prêmios em Literatura

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