El arte de la seducción
Seducir al otro, cautivar son algunas de las palabras que pertenecen al diccionario amoroso. El arte de la conquista es, supuestamente, enseñada por algunos “expertos” sobre el asunto. Tácticas para acercarse a alguien, qué decir, qué no decir, venderse al otro como si fuera un cesto de deseos que aquel o aquella les atrae el cariño para comprar.
El arte de la seducción podría sí, asemejarse a los procedimientos de venta. En un buen curso de ventas, el instructor enseña que nadie puede vender algo a quien no lo quiere comprar. Es verdad. Nosotros no podemos vender mercancías que, absolutamente, no están entre los deseos de alguien.
A menudo, necesitamos comprender quién es el otro, ¿cuáles son sus deseos, cuáles son los motivos que podrían provocarle la mirada interesada, con brillo en los ojos?
En resumen, seducir a alguien, cautivar su confianza, acercarse o, de repente, convertirse en su héroe. Algunas veces decimos que el arte de conquistar es robar el corazón de alguien o persuadir al otro, aunque el otro no esté deseando lo mismo. Otra mentira. No robamos el corazón de alguien, cuando el otro no tiene el mismo deseo, donde finalizamos que el arte de seducir es ajustarse, exactamente, con lo que el otro desea.
Empieza con el intercambio de miradas (nadie mira al otro si no tiene inclinación), acercarse, presentarse, y el conquistador se imagina como alguien que tiene el control del arte de conquistar. La arrogancia es lo que le hace pensar así, cuando, en realidad, aquel o aquella que se acerca a alguien fue atraído igual que el animal indefenso que cae en la trampa.
¿Cuánta presunción hay en las palabras del conquistador?
Al prudente, a los ojos de quien quiere seducir, es el tímido; al payaso, que provoca las sonrisas, es sólo alguien alegre. Los puntos opuestos se atraen y no, simplemente, la atracción es provocada por la actitud de alguien.
Una atracción es despertada, a menudo, a través del odio, de la curiosidad, pero, nunca a través de la indiferencia. Ser indiferente a alguien es igual que la nada. Algo difícil de solucionar.
No conquistamos a nadie porque, simplemente, nadie es un premio girando en un parque de diversiones. En realidad, alguien es conquistado por otro que se arriesga para ser observado. Entonces, como el arte de la venta, alguien se disfraza como objecto de deseo, haciendo las cosas que le interesan al otro. Seducir es mentir; una dulce mentira.
En el amor, no es suficiente seducir, cautivar a alguien, sin embargo, no es necesario. Para lograr a un corazón no es necesario cautivarlo, conquistarlo, sólo pedir, al final, arriesgarse; el gran premio de la conquista es la sorpresa.
Fuente de la foto: morguefile.com
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