Sobre el amor de madres
¿En cuáles momentos podemos sorprender a una madre revelar su mejor cualidad? Nunca pensé en eso. Una madre es una madre al final de todo. Cuando nace su hijo, cuando cuida de ellos, cuando él se enferma o cuando no está así, cuando ve lágrimas en sus ojos en su primer día en la escuela, cuando sale en su defensa con gana sean por motivaciones justas o no, cuando lucha por él y se disgusta por conocerle algún error o se encanta con sus puntos positivos, por sus vitorias. Pobre o rica, culta o no, las madres son todas semejantes. Fans incondicionales con el éxito de sus hijos, que sencillos sean, poco importan. Para las madres, un pequeño pedazo de gloria es un motivo para celebrar bajo sonrisas emocionadas o nerviosas.
Ellas defienden a sus hijos contra todos, hasta contra sus consciencias, cuando están seguras que lo más perfecto es denunciarlos si cometieron cosas malas, pero desean tenerlos sanos y libres después de sus castigos. Y ella estará lista para recibirlos y nuevamente soñar con un futuro.
La mirada de las madres es suficiente para ver que la ropa no combina, adivina las condiciones del tiempo cuando mira por la ventana y descubre una señal desconocida en el cielo sea una lluvia o un tiempo frío, cuando imagina los peligros y los visualiza, describiendo el enemigo adelante, como si lo conociera hace mucho tiempo.
Pero, cada uno de nosotros tenemos la imagen perfecta de una madre, nuestro hecho preferido. Lo mío es sencillo: cuando una madre lleva a su hijo o a sus hijos por las calles.
La calle, al contrario de un hogar, ofrece todos los peligros. En las calles existe una lucha encubierta que mezcla la gente, que muestra toda la gente rumbando en direcciones distintas y, principalmente, poco importándose con otros.
Sin embargo, eso no acontece con las madres.
Ellas cruzan sin temor la multitud, abriendo camino con su hijo en su regazo, con otro seguro por sus manos u otras veces algún hijo mayor cuidando de un hijo menor. Su gana de cuidar de ellos y protegerlos es como si tuvieran miles de ojos.
En las calles ellos la siguen como si la senda que ella abre les fuera conocida. La senda que ella camina es un camino seguro y confortable.
En los momentos que sorprendí madres conduciendo a sus hijos podría hablar de dos. Uno de ellos es cuando la madre, su hijo en su regazo, simplemente lleva a otro por las manos y su mirada firme, case amenazadora, su cabello sin cuidado, la ropa mal puesta como si saliera de su casa por motivo duro, sin tener tiempo para sí y su tiempo sólo para los hijos. Así mismo ella camina segura por las aceras y es posible apartar su rostro de madre de los otros rostros femeninos; su mirada no muestra nada pero su atención es doble.
Tienen una mirada inquieta, sin placeres, lista, sin temor, case sofocante, pero que pasa una seguridad rara. Como si ella, y sólo ella, fuera capaz de conducir a su hijo o hijos por las calles, y viéndolas siempre peligrosas, de mala fama y sin iluminación.
Otro momento es cuando la lluvia se cae en la ciudad y las calles están llenas, las madres, hijos en los brazos, otro pegado en su pierna, mira atenta las aguas y ella mira más allá en busca del coche de su marido o al autobús para volver a su casa.
Con su bebé envuelto por una manta, durmiendo, él no percibe ninguna señal de peligro a su alrededor, mientra el otro que muestra voluntad de salir de su lado es contenido por su mano firme, y sus ojos lo paralizan, como si le dijera un aviso a través de su brazo extendido y a la vez una mirada de conforto. Con la voz firme y cariñosa le pasa seguridad.
Cuando llega el autobús ella avanza firme, poco importándose con la multitud que se junta en la puerta y aquella gente abre, con respeto, el camino porque sabe que una madre está allí, y que la reconocen sólo por la mirada.
Fuente de la foto: Photo by Phil Hearing on Unsplash
SUSCRÍBETE PARA NUEVOS POSTS
Views: 3