¿Qué somos?

        Si pensamos bien, ¡Cuánto nos desencantamos si nos transformamos en lo que no desearíamos ser! Cuántas veces proyectamos nuestras vidas, en los mínimos detalles, y casi sin barreras hacemos todo camino, llegamos al futuro e imaginamos acomodarnos en una silla en un porche cualquiera y mirar al mar, mientras en la mecedora dibujamos una sonrisa en la boca y decimos: ¡lo conseguí!
       Qué es valorar una vida programada, correcta, sin asombros en cambio de una vida llena de sorpresas, caminos desconocidos, hasta culminarla con una carcajada larga, como alguien que callejea y sale por la porta del destino diciendo de otra manera: ¡lo conseguí!
        Vivir la vida esquematizada es romper el lacre de un regalo ya conociendo lo que él contiene. En cambio, romper el lacre de un regalo sin tener la mínima idea de lo que él contiene o intentar adivinarlo, podemos encontrar aquello que no imaginamos o, entonces, podemos encontrar… nada. Por otro lado, caminamos es lo más importante.
        Vivir sin asombros es callejear a lo largo del camino más amplio, mientras que marchar por el más corto, aunque nuestro salto sea en la oscuridad, puede llevarnos a conocer otros mundos. Y, más allá, cuando elegimos el camino más largo, el viajero jamás encontrará cosas distintas en sus paraderos de descanso.
      ¿Quién tendría la mejor historia para contar? ¿Los acomodados que cuentan las ventajas de saber programar la vida y dan lecciones a los demás, diciéndoles que hagan lo que hacen y no sentirán temores, o los aventureros que son capaces de sentarse cerca de una hoguera y captar la atención de la gente alrededor, contándoles lo que sintieran cuando tocaron tierras desconocidas y vivieron aventuras inimaginables? A la vez, los aventureros son capaces de contar historias de mundos que nadie logrará conocer, porque programar lo desconocido no es posible. Y lo que existe, lo que es normal, muchos pueden hacerlo.
        Vivir una misma historia no debe ser más apasionante que vivir una historia distinta todos los días. Experimentar lo distinto tiene sus ventajas y es provechoso también experimentar lo que no es. El asombro es tener la mirada arregalada y sentir las lagrimas deslizándose por el rostro. ¡Cuánto aprendemos con eso! Si programamos la vida para no tener sorpresas y asombros, es igual que una matemática que llega siempre al mismo resultado. Mientras que vivir la vida en lo desconocido, cuando saltamos, simplemente es llenar una hoja blanca de papel inventando lo que no existe y juguetear con lo imposible, construyendo mundos distintos.

Origen de la foto: Foto de Oyemike Princewill na Unsplash

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