¿Qué nos enseñan las crisis?
Tuve la oportunidad de leer una entrevista con Eugène Ionesco, el creador del teatro del absurdo. Le preguntaron acerca de la crisis del arte. Su respuesta fue que todas las crisis son bienvenidas porque discontinúan con la redundancia, con la reproducción de un mismo modelo. Que, también, en realidad, esa interrupción provoca el nacimiento de cosas nuevas, distintas; se despunta la vanguardia. Es el momento en que las formas de arte, rechazadas como incomprensibles, cosa de locos, pasan al protagonismo.
En resumen, toda crisis es una señal de cambio, imperativo de mudanza.
Así como una forma de arte se extenúa y se renueva, también podemos aplicar esos conceptos para la construcción de una nueva manera de vivir, por ejemplo. En los escenarios de posguerra, al menos en las dos últimas grandes guerras mundiales, el mundo se transformó, y se remodeló nuestra manera de vivir. Al igual que sucede a las crisis financieras, que también se agotan como modelos económicos.
¿Aprendemos? Tengo dudas si aprendemos algo o aprendemos a sobrevivir haciendo lo mismo, solamente haciéndolo de una forma distinta. Es decir, que hacemos frente a las crisis, sobrevivimos a ellas, en particular los favorecidos, los más adinerados. A la vez, nos olvidamos de las lecciones de la historia, y con actitudes de astucia vivimos como en las pirámides financieras, en donde se encantan a los crédulos.
Las crisis financieras, como las crisis políticas se agotan y no las comprendemos como lecciones. Las peores crisis, entretanto, no son aquellas que inventamos, artificialmente, productos de nuestras ambiciones por riqueza. La naturaleza también entra en crisis, y, en este caso, no es el mundo que creamos que se encuentra en peligro, en el que tenemos algún control. Porque el mundo continua girando, a él poco le interesan las tonterías que cometemos. La naturaleza, que para nosotros está en crisis, en realidad, actúa dentro de su normalidad, manejada por su impulso vital. Pero, nos encontramos en medio de las tormentas, de los cambios. No la controlamos. No somos protegidos como seres especiales, dentro de un mundo con mutaciones. Somos sólo coadyuvantes en el teatro de la vida.
Los animales aprenden a sobrevivir dentro de las reglas que les son impuestas. Nosotros intentamos imponer nuestras reglas a la naturaleza y somos las razones y las consecuencias de ellas.
Somos atacados y nos defendemos, atacamos y creamos defensas contra la naturaleza. Sin embargo, ella es implacable, no podemos derrotarla. Su poder es inmenso. Entonces, ¿por qué no aprendemos con ella y convivimos con ella? Somos arrogantes lo suficiente cómo para hallar que el mundo somos nosotros, y sin nuestra presencia él acaba. No es verdad, el mundo continúa.
El mejor ejemplo es observar que nuestra ausencia, debido al aislamiento social, hoy en día, atrae la presencia de los animales, de los pájaros, contribuye con aguas más limpias, con las calles más silenciosas y el cielo libre de la polución. Mirar por la ventana de la cuarentena, viendo la vida continuar, es la prueba de que no tenemos ninguna importancia para la naturaleza.
Muchos desean el Paraiso y desean huir del Infierno. Si abrimos nuestras mentes, podemos aprender, con las crisis, que el Paraiso es aquí, en esta tierra azul que gira en el universo. El Infierno es el mundo que creamos, destruyendo este Paraiso. Vivir una vida entera en el Paraiso, solamente depende de nosotros, dando nuestro espacio a otros que nacerán y continuarán el ciclo de la vida.
Con los comentarios que tantos escriben en las redes sociales, con objeciones sin sentido, nos muestran que no es sólo la ignorancia que provoca esa ola de absurdos. Hay un trazo de maldad dentro de ellas. La ignorancia, sola, no lograría esto. Porque la ignorancia es el ignorar, la maldad tiene un sentimiento de insensibilidad consciente, hallando que el ignorar y el negar se van a garantizar sobrevivientes.
Fuente de la foto: Photo by Jametlene Reskp on Unsplash
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