Lllenarse de esperanzas
¿Cuál es la noción de un bebé llegando al mundo y abriendo sus ojos, por primera vez? ¿ Por qué no recordamos de aquel momento en donde miramos al mundo como el viajero que se despierta en una ciudad y la ve desde el autobús, del tren, de la ventana del avión y ella es, totalmente, desconocida para él? ¿Y busca determinar sus colores, el rostro de los ciudadanos? Oír sus sonidos, ruidos que llegan de las tiendas, de las voces de la gente. ¿Por qué no recordamos de ese tiempo y no está en nuestras mentes, como si fuera una tarjeta de bienvenidos?
No conozco nadie que se recuerda de eso. ¿Cómo es posible?
¿Habrá sido la misma percepción cuando llenamos nuestros ojos con un paisaje maravilloso, lleno de colores? ¿Que nos ha dejado sin palabras al ver la fuerza de una ola en medio del mar, dueña y señora de todo, alrededor de un barco sin defensa, jugueteando con la muerte y la vida de los marineros? ¿La sensación de poder abarcar todo como un recuerdo de un viaje?
Llegar al mundo es como bajar de un viaje desde un planeta desconocido. Es oír por primera vez el sonido dulce y emocionado de una voz distinta que va a vigilar nuestras noches de sueños. Y, también, de vocerío alrededor, miradas como luceros llenos de emoción sobre el recién llegado.
La primera vez que nuestros ojos se llenaron viendo el mundo fue confusa, con imágenes, dibujos buscando definición. La vida adquiriendo formas, con nombres, apellidos, coloreándose.
Sonidos y colores son lo que guardamos de los viajes. Y, siendo la vida un viaje, hay la parte en donde la organizamos para el futuro y la parte que recordamos de ella. Mientras tanto guardamos del viaje lo que vivimos y aprendimos. Somos un dibujo de una casa vacía que llenamos con cómodos por los recuerdos de nuestra caminata.
Si viajamos, volvemos al mismo lugar o vamos a vivir en otro. Así como mudar de ciudad o puerto.
En cada puerto o ciudad, celebramos con los ojos curiosos absorbiendo todos los colores y sonidos que llegan. Porque el verdadero viajero no para, él siempre continua hacia otro lugar, para llenar sus ojos de otros colores, mar y montañas, cielos abiertos y lugares cerrados.
Es con las miradas que comprendemos al otro, y por las miradas nos comunicamos. La persona amada llena nuestros ojos con los colores de su cuerpo, los sonidos de su voz y los ademanes de sus encantos.
¿Por qué no recordamos de nuestro primer encuentro con la vida, con la belleza de los colores sin saber sus nombres, sin comprender sus sonidos y saber que en las diferencias puede haber comodidad o desasosiego?
Cuando llenamos nuestros ojos con la belleza de un paisaje o del amado es porque antes nunca hubiéramos visto nada como ellos y los comparamos con algo.
¿Cómo quedarse sorprendidos con el mundo que conocemos por primera vez si él no es tan sorprendente? ¿Es sólo una luz que se prende no se sabe en donde y comprendemos que antes de ella no existió nada vivido para comparar? Quizá, por eso, no recordamos de ella. ¿Y para dónde van los recuerdos vividos y guardados cuando miramos al mundo profundamente?
Si la luz de la vida se extingue de repente, y eso va a ocurrir, sólo no sabemos cuando, es porque la comparamos con otro momento en donde las luces se prenden tras dejar el mundo que vivimos. Porque un nuevo mundo empieza cuando el viajero abandona por el camino todo que no tiene importancia, para continuar llenando sus ojos y viajando hacia otros mundos.
Origen de la foto: Foto de Marc-Olivier Jodoin en Unsplash
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