La vela y el fuego

22/11/2019 Nilson Lattari

La vela es solamente una vela cuando tiene el fuego para hacerla temblar a causa del viento. Dibujar siluetas barajadas; alumbrar la parafina; entretener a las personas; jugar con los niños, cuando se juntan los dedos de las manos imitando a un teatro en las paredes.
Los platos son presentados, con romanticismo, por ellas, cuando la pareja se junta y celebra, brindando por la unión en el futuro o del pasado, por muchos años vividos juntos, o por un amor naciendo entre dos seres apasionados.
La vela es solamente una vela en la ceremonia para los muertos; en la despedida con llantos, los participantes deseando que el viaje largo no termine en tinieblas. En el fuego puede imaginarse otra vida.
La vela es cumpleaños, es celebración por años vividos, pasaje del tiempo, y ellas se van multiplicando, deseando todos que sean muchas más.
Ella es la luz para el viajero caminando en la carretera oscura, protegiendo el fuego con las manos adelante de la vela, como si fuera una lámpara. Ella lleva al morador por los pasillos oscuros, investigando cada punto, cada ruido extraño, como si caminara por algún laberinto.
Ella está en las caminatas de fe, una en cada mano, adorando la imagen que sigue en su altar, apoyada en las espaldas de los hombres. Es la virgen iluminada, uniendo corazones. Nos conmovemos al ver sus lágrimas calientes esparciéndose y deslizándose en las manos temblosas de los jóvenes en la primera comunión.
¿Cómo sería la vela, si no hubiera el fuego?
Sería sólo un pedazo de parafina, cera, olvidada en un cajón, con una caja de fósforos al lado, lista para el instante de emergencia o para la celebración; juntando a los hombres o dándosela al solitario la compañía.
Está en la mansión o en la vivienda; en el castillo; en las iglesias; caminando con el santo y su caperuza en la carretera; está con el hombre impuro, aprisionado en una celda. Ella, la vela, él el fuego, compañeros inseparables que se convierten en la luz.