La lluvia
¿Hay algo más democrático que la lluvia? ¿O que sea tan democrático cuánto ella? Ella puede llegar lentamente y esparcir sus lágrimas imparcialmente. Ella puede llegar con fuerza y ahogar a todos, que sean ricos o pobres; ella lleva a la mansión más noble y a la vivienda más pobre.
A ella su desbordamiento poco afecta, si las cosas que destruya sean ornamentaciones de palacios u hogares moderados o pobres.
El agua se va a los huecos y a las calles, y ningún poder la detiene. No autoriza que nadie la maneje cuando su naturaleza ya fue establecida, que además es vengativa y recupera lo que era suyo; es recibida con fiestas cuando llega al suelo seco y se derrama desde los tejados esparciéndose en las calles para la alegría de la gente.
La lluvia avisa sobre su llegada, y algunas veces es bienvenida, y otras es temida. A ella poco le interesan las orígenes de las miradas.
Ella llega súbitamente, como la lluvia en el verano que sorprende a todos. O, también, es percibida por los rayos y por los truenos iluminando al cielo. La lluvia desborda los ríos; llena las calles y los embalses, convirtiéndose el agua en riqueza que termina con la sed o, furiosa, arrastra todo por toda la noche, asustando a las personas que huyen en la búsqueda de protección.
Para los desiertos es cosa rara; para los bosques es abundancia; castigando con sus reglas aquellos que destruyen; bendiciendo aquellos que caminan por las arenas, reconociendo al agua como si fuera el único tesoro.
El aprendizaje de la lluvia es enorme. En las plantas que son agradecidas; en el suelo seco que se rejuvenece; en el viajero cambiando de lugar, porque después de la tempestad viene la bonanza.
La lluvia trae tantas cosas, y son solamente las nubes apretándose y devolviendo lo que el sol sacó del suelo. La lluvia trae tantas cosas y, sin embargo, es sólo el agua que se cae del cielo.
Fuente de la foto: morguefile.com
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