La hora buena y la hora triste
Existe una leyenda sobre los poetas de que viven en un mundo apartado de todos, que ellos viven en sus imaginación, en un mundo propio. Y allí, en el silencio, hacen su arte. Que los poetas no ven la vida como nosotros la vemos. Que ellos ven cosas en donde no hay nada. Que hacen de cada objecto una imagen más allá de lo que ella es.
Que los poetas son arlequines que bailan con sus ropas coloridas en una ventana que está delante del jardín de poesía y arte. Buscan el arcoiris que ilumina desde lejos el lugar escondido en la imaginación en donde ellos viven.
Que algunas veces están tristes o se disfrazan de tristeza. Sin embargo, no están tristes. Ellos sólo están recogidos y observan el ruido de la gente en las calles. Ven las caminadas despreocupadas de la gente y sus comportamientos. Todo lo que hacen y no sienten. Para ellas son cosas comunes, para los poetas es material virgo, diamantes en sus manos, rima rica esparciéndose en un papel blanco, espacio reservado para los versos que desenrollan como el pergamino antiguo y sucio que encuentran escondido.
Muchos los ignoran porque a ellos no les gusta la poesía. Es cosa tonta, sin sentido, pero, es seguro decir que las primeras palabras de amor, las primeras palabras dulces de una conquista no vinieron desde el cerebro del conquistador. Se las robaron a algún poeta que leyeron con desprecio. Alguien que no saben el nombre. Olvidado en el tiempo y que, entretanto, se quedó grabado en sus memorias, enseñándoles las múltiples maneras de amar.
Cuando estamos envueltos por nuestras horas tristes, ellas son, en realidad, las buenas horas para los que ven los poetas de manera distinta. Es un mundo con un lenguaje desconocido para la vida común. El poeta no está envuelto por una atmósfera de tristeza en donde el otro le imagina vivir. El poeta está recogido, humildemente, como si tuviera una enfermedad de rimar mundo con mundo, su tristeza con algún mundo sombrío, en donde sólo él es capaz de ver la luz.
Su senda es el destino de transformar piedra en vidrio translúcido, intraducible, aunque en el verso más extraño él puede decir cuál es el tamaño del mundo que ve delante de él.
Él puede tener sus horas tristes, pero no llora, y por ellas él no siente angustia, sólo cuando encuentra la palabra, el verso, la imagen que llega pronto en su memoria bendecida. Y él desafía los versos en cadena para vivir su hora buena.
Origen de la foto: Photo by Nathan Dumlao on Unsplash
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