La escritura
La escritura es el eterno desafío de los autores. Es soñar delante de una hoja blanca, sin ningún trazo y buscar la respuesta del enigma de nuestros males. La miramos y no vemos más que una hoja blanca.
Caminamos por la memoria, como si fuera una carretera infinita, recogiendo recuerdos de niño, travesuras de juventud, pequeños pasos que buscan imágenes antiguas en cada canto del cerebro, como si descifráramos señales envueltas en collares de piedras y vidrios. Quizá algún acontecimiento perdido en la historia que vivimos.
Si algo surge de repente, como el dolor del alma, algún sobresalto que se esparce por la piel igual que el rayo de la tempestad, que llena la hoja blanca como si fuera el regalo del cielo, luego… no más que un minuto después, puedo ocasionar lluvia y truenos, venidos de las lágrimas secas y sin perfume de mis ojos. Traigo vientos, claridad y las palabras aparecen.
Súbitamente un Arlequín se sienta en el antepecho de la ventana como si trotara un caballo inventado, pero son mis brazos encantados que él toma intimado y me cuenta algún hecho gracioso o dramático, viendo mis ojos abiertos, curiosos, y que me hace pensar que controlo la historia, entretanto sólo él la conoce.
Tras la tempestad los vientos desaparecen y el Arlequín se fue. Y también la ventana y el caballo imaginario. Me pongo entusiasmo a leer las palabras que vinieron a mi cerebro. Me quedo leyendo las páginas miles de veces y no puedo creer que todo estaba escondido en mis adentros y yo, tonto, no había comprendido.
Fuente de la foto: Photo by Scott Graham on Unsplash
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