Textos en español

La blanca durmiente

     Clara mientras miraba su jardín buscaba inspiración para sus textos. Miraba las flores, arbustos, pájaros volando y percibía que alguna cosa le faltaba, en medio de todo aquel verde. Súbitamente, la inspiración salió del papel a la vida real, con la naturaleza delante de ella.
        – ¡Le falta el agua! ella pensó.
        – ¿Y por qué no un lago pequeño para adornar todo ese verde? 
      Tomó el teléfono y buscó a un profesional para que le construyera un bello lago con una fuente. Fue como un renacer. Algunos árboles empezaron a crecer más allá y otros tenían frutos, incluso un árbol de manzanas.
       Clara volvió su mirada a la pantalla blanca de la computadora, abierta delante de la luz del exterior que disminuía mientras los árboles crecían, y al fondo el ruido de la fuente, igual que una cascada lejos de allí. Clara buscaba la inspiración. El cursor se quedaba en la pantalla, parpadeando como un desafío: descifra o te devoro, y ella buscaba una historia cualquiera. Ella pensó, entonces, que no buscamos una historia… sin embargo ¿Qué historia ella tenía para contar?
        Su mirada se elevó hacia el jardín, cada vez más oscuro contra la pantalla iluminada de la computadora. Entretanto, por no exponerse al sol y quedándose en su casa, ella notó que su piel se iba tomando un color pálido y convirtiéndose en el color blanco; ella se blanqueó, blanca como la nieve, pero aún sentía que alguna cosa más le faltaba para terminar su jardín, olvidándose de todo.
        – ¿Le faltan los bichos? ¿La gente? Ella pensó.
        Entretanto, en él habían los pájaros que construían nidos, pero otros animales no existían allí. ¿Qué podría hacer más?
        Por la internet trajo siete pequeños enanos de jardín. Los puso en la tierra como si estuvieran caminando, formando una linea, hacia una casa o hacia una mina que no existía.
       Nuevamente, delante del palco blanqueado de la computadora el cursor parpadeaba pidiéndole alguna inspiración para empezar una historia: “Había una vez…” Pero, no existían más veces. Todo era lo mismo. Los amigos le llamaban al teléfono para que ella desistiera de buscar ideas y la idea de convertirse en escritora, y volviera a buscarlos. Pero ella se quedara allí, muda, delante de “Había una vez…”.
        – ¿Qué? Ella se preguntaba.
      El manzano floreció y sus frutos rojos y apetecibles sobresalieron en medio del jardín. De las calles, la gente no conseguía ver la casa y desde la casa nadie conseguía ver la calle. Clara no recordaba de sus vecinos, cómo eran, qué hacían y sólo había el cursor inoportuno diciéndole: “Había una vez…”.
      Mientras miraba los arbustos en el jardín, a cada vez más oscuro, juzgó oír a los pequeños enanos en linea, con sus herramientas en los hombros cantando la conocida canción “Yo voy, yo voy…”, y ellos desaparecían bajo su casa, para trabajar en una supuesta mina.
        Ella continuaba intentando crear una historia que le parecía más distante. Fue cuando durmió, una vez más, en la mesa de la computadora y la idea que deseaba no llegaba.
       Juan, Jorge, sus amigos le llamaron al teléfono pero ella les decía disculpas más sencillas para no salir de su casa. El jardín creció un poco más y la calle sumió completamente. La casa se quedó pequeña y ella pudo jurar que los enanos no estaban sólo en el jardín pero decidieron dormir en su casa.
        Ellos prendieron la chimenea, contaban historias entre ellos y algunas veces le preguntaban sobre su vida, qué hacía y si la podían ayudarla.
        Un día, llamaron a la puerta.
        – ¿Quién está allí?
        Una voz le respondió:
        – Soy yo, Marquito, te acuerdas de mí?
       Era su vecino. Un sujeto pecoso, con granos en la cara, de misma edad que la suya, si bien recordaba de él. Él tenía un caminar raro y vestía ropas que no combinaban los colores. Los zapatos eran zapatillas gastadas, cansadas del juego del fútbol. ¡Era terrible su aspecto! Era esa la imagen que tenía de él. Y, a continuación, ella le preguntó:
       – ¡Qué tú quieres, Marquito!
       – No pasa nada, sólo a mi me gustaría volver a conversar contigo. No nos vemos hace algún tiempo. Ahora, hay una mata muy grande entre nuestras casas.
       – ¡Qué importa eso ahora! Le dijo con rabia.
       – Incluso hay manzanas en el árbol, y como tú no las cogiste ninguna de ellas, pensé que las podríamos comer juntos.
       – ¿Qué pasa en tu cabeza para sacar frutos de mi manzano, entrometido?
       Con rabia, ella abrió la puerta y estaba delante de ella un chico bello, tan bello que ella no percibió todo el tiempo que estuvo durmiendo.

Origen de la foto: Foto de Alice Alinari en Unsplash 

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Nilson Lattari

Nilson Lattari é carioca, escritor, graduado em Literatura pela Universidade do Estado do Rio de Janeiro, e com especialização em Estudos Literários pela Universidade Federal de Juiz de Fora. Gosta de escrever, principalmente, crônicas e artigos sobre comportamentos humanos, políticos ou sociais. É detentor de vários prêmios em Literatura

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