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Ironía

        Ser irónico requiere un grado de inteligencia. A lo mejor, un poco de picardía (¡Y cuánto me gusta esta palabra!). Es como un poco de pimienta que colocamos sutilmente en la comida de alguien. En realidad, nos sorprendemos al ver al otro evidenciar el golpe sufrido. Y cuando no lo denuncian la sensación es aún mayor, sin duda.
           Ser irónico es, ante todo, un acto artístico. Es la presencia de ánimo, como una herramienta que llega a la mente y la colocamos en el mundo como a un hijo que va a desordenar el universo.
Ser irónico, por lo tanto, en estos tiempos es una acción audaz y revolucionaria. Es como perturbar la estabilidad de alguien desde su apariencia bípeda, mientras que otros no caen porque tienen los cuatro apoyos de las patas, y, por supuesto, la prudencia.
          La ironía es el acto que muestra, claramente, el lado oscuro como, por ejemplo, limpiar y desinfectar la estatua de la libertad en Nueva York con productos importados de China. O visitar a un amigo, dueño de una tienda de mantenimiento electrónico y ver en la puerta una pancarta “Golpee fuerte la porta porque el timbre está roto”.
          Por supuesto que ser irónico es un acto repetido muchas veces, o hecho por aquellos que no tienen la mínima idea del que sea, pero a ellos les gustaría ser igual que a los irónicos. Es cuando un tonto, con seguidores alrededor, se pone a reírse solo de una broma que dijo, intentando pasarse igual a alguien inteligente, porque es la única cosa que tiene sentido: golpear el propio ego. ¿Tiene sentido?
           Es como decir que tenemos que reparar algo que buscamos en el vacío del cerebro sin tener idea de lo que sería ese algo, aunque ese algo sea cualquier cosa.
         El dulce arte de la ironía nunca está acompañado de una sonrisa. Ella está marcada por un alzar de ceja como si estuviera de acuerdo con lo que no está de acuerdo. Y la mirada es atisbada como si dijera para sí mismo “Qué estoy haciendo aquí?
        El irónico es también un ser antisocial, por supuesto. A nadie le gusta y a él nadie le gusta. Cotidianamente es llamado de aburrido, grosero, intratable, arrogante, insensible, sin elegancia, malcriado, que se imagina más inteligente que los demás. ¡Es un personaje fascinante, ¿no es Dr. House!
         Mientras colocamos al irónico como un personaje de una novela o de una película, y lo estamos viendo, somos irónicos cuando el irónico dice cosas groseras y nos reímos porque deseamos ser como él, o porque no somos los golpeados.
         La ironía llega al sarcasmo, al hazmerreír y al escarnio. Es un arte tan noble que debería existir una escuela filosófica solamente para ella: La escuela de los irónicos, magos del arte divino de la sutileza.
         La ironía es un poco triste, que no cree en el mundo ni en la humanidad. El irónico es triste porque ve el mundo como él es. El irónico ve la gente como es, en realidad. La gran verdad, estoy seguro, es pensar que el irónico tiene una manera de sobrevivir al mundo reaccionando con descortesía.

Origen de la foto: Foto de Nathan Dumlao na Unsplash

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Nilson Lattari

Nilson Lattari é carioca, escritor, graduado em Literatura pela Universidade do Estado do Rio de Janeiro, e com especialização em Estudos Literários pela Universidade Federal de Juiz de Fora. Gosta de escrever, principalmente, crônicas e artigos sobre comportamentos humanos, políticos ou sociais. É detentor de vários prêmios em Literatura

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