Infortunios
Cuando lidiamos con los infortunios crecemos en la vida. Por supuesto, los infortunios son distintos y llegan de pronto o no. Algunos son insuperables, más allá de nuestra capacidad de resistir a ellos, mientras que otros son colocados en un nivel alto por nosotros mismos. Aún así, no podemos ignorar aquellos que son más grandes e insuperables.
El infortunio es como una oscuridad que nos desalienta. Él llega como una nube oscura llena de peligros. Es como una trampa del tiempo o de la casualidad.
Puede aparecer como una enfermedad, una apatía o una desilusión amorosa o profesional. Los infortunios son mensajes que muestran nuestros límites y establecen hasta donde podemos llegar. Son señales que nos advierten de no seguir adelante. Los infortunios son estorbos que mantienen nuestra mirada y sentimientos distantes, al imaginar que la victoria podría estar allí. Son decisiones inciertas, tonterías que hicimos o no.
A menudo, los infortunios son maldiciones. A veces, los culpamos de nuestras derrotas y así continuamos a vivir como si nada hubiera ocurrido.
La realidad no es así. Aunque no podemos controlar los infortunios, ellos son lecciones y enseñanzas. Decimos que los infortunios son consecuencias de nuestra vida cotidiana. No conseguimos definir el infortunio como un obstáculo de la vida social si ellos están en las causas naturales como enfermedades o la mala suerte.
Los infortunios sociales pueden ser frutos de nuestras ambiciones, de lograr cosas más allá de nuestros límites. El infortunio es la ausencia de luz en los acontecimientos o en un razonamiento fracasado. Para solucionarlo debemos encender la luz en la oscuridad.
Si sufrimos una desilusión amorosa, podemos convivir con nuestra baja autoestima. Esa desilusión, en realidad, es la fuerza que nos hace seguir adelante e imaginar que la vida continúa. Nuestra vida es más importante que el abandono que experimentamos.
En la vida profesional, las competencias hacen parte de la rutina. Así, el infortunio no es, exactamente, un acontecimiento que no pueda ser superado, porque ese infortunio es una mala suerte, una adversidad. En resumen, un hecho infeliz como una piedra que surge en nuestro camino y en la que tropezamos. Sin embargo, el camino continúa allí, esperándonos.
Debemos continuar la caminata, que es la luz que ilumina la oscuridad. El orgullo y la voluntad nos impiden de inmovilizarnos porque son bendiciones que recibimos en la vida. Felices de los que continúan a ver la caminata como un hecho común, aunque estén caídos en el piso y puedan levantar los ojos para ver el final de la caminata. Esa es la luz final de nuestros contratiempos. Tenemos que encender la luz y no aburrirse porque no la vemos.
Origen de la foto: Foto de Zhivko Minkov na Unsplash
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