El viaje
Y así, cuando dormía, acometido de fiebres altas, y tú me colocabas la mano fría en mi frente ardiente, me la sentía igual que un bálsamo. Era la medicina que ninguna otra me podría dar.
En otros tiempos que por ti sufría, cuando te veía enferma, acostada en la cama, te traía una sopa recalentada, humeante. Tú te reías viendo el caldo y pensaba ¿cómo había conseguido? Mientras tanto, mi mano sentía tu frente caldeada, ahora ella era tu medicina, y la fiebre desaparecía, súbitamente.
Y así, con el pasar de los días, nutrimos nuestras alegrías y sostuvimos nuestras caídas.
Una noche, me desperté y coloqué mi mano al otro lado de la cama y encontré el vacío. Fue la primera noche que dormí sin ti. Recordé el pasado cuando vivía solitario antes de conocerte, y despertaba solo. Ahora siento la misma soledad, después de viajar tanto tiempo contigo.
Me quedaba atento a cualquier ruido de la casa, como el golpeteo del viento en la puerta, o de la cortina testaruda al bailar su danza muda con el aire y del ladrido del perro en el jardín, como si avisara la llegada de alguien. Incluso el grifo sonaba mientras perdía agua, y tú que me pediste tanto repararlo, ahora estaba arrepentido por no haberlo hecho, porque en ese entonces no incomodaba. Luego, me levantaba para atender cada uno de esos sonidos.
En realidad, deambulaba por la casa para encontrarte, quizá para ver tu espíritu diligente, pertinaz encargándose de los platos sucios en el fregadero, de la ropa arrugada tirada sin cuidado en las sillas, girando tu cuerpo hacia mi, envolviéndome con tu sonrisa.
Desolado, decidía salir por la noche, por el día, buscando los lugares en donde caminamos juntos. Inventaba un supuesto encuentro contigo, pero no caminaba rápido para verte, sino lo postergaba, como si mis pasos retrasados pudiesen dar al tiempo, tiempo para tu llegada.
Cuando amigos me dijeron que ya era tiempo de regresar a la vida de antes, en medio de danzarinas medio desnudas, como si mi estímulo estuviera en el vigor de la juventud ajena, o de algún cuerpo ofrecido gratuitamente, entonces mi me gustaba buscarte en medio de ellas. Imaginaba encontrarte disfrazada, intentando engañarme, nos reíamos y salíamos de allí corriendo.
Todo en vano.
Paso las manos en nuestras fotografías, veo una sonrisa blanca, iluminada, igual que una playa guardada en el tiempo. Luego busco sus trazos más presentes en mi memoria. Veo, aún, la sonrisa cual playa imaginada, ahora redondeada por las olas, mostrando un rostro dibujado, y en mis adentros es tu rostro.
En la última noche en nuestro hogar, me desperté, de repente, aturdido, buscando la nada por la casa. Igual que un fantasma rápido y alborozado, con las piernas obedientes, vigorosas como en la juventud. Y te vi, finalmente, llegar con la misma ropa y el rostro de antes, tomar mis brazos, mirarme sonriente, invitándome a empezar un nuevo viaje, ahora por siempre.
Fuente de la foto: Photo by Crew on Unsplash
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