El sonido del miedo
Nuestro instinto de supervivencia nos alerta desde muchas maneras: cuando sentimos algo acercándose despacio a nosotros o viniendo en nuestra dirección; cuando oímos un sonido distinto del que estamos acostumbrados; o algo que conocemos pero que nuestra mente elabora una imagen que no es familiar y elaboramos miles de interpretaciones.
Es cuándo sentimos el miedo, ese ser imaginario que vive en nuestros corazones, aunque estemos viviendo un periodo tranquilo y pacifico y sabiendo que el miedo es cercano. El miedo puede llegar en la carta que nos envían o en la llamada telefónica que suena en algún momento.
Podemos oír el miedo lejos de nosotros y podemos oler su olor y el aroma no deseados. Aunque no sea una imagen real, él será como una sombra, una cortina que cierra el espacio entre nosotros y la seguridad.
Algunas veces caminamos por una calle desierta, tantas veces recorrida y sentimos en nuestros adentros una voz muy débil que nos alerta. Otras veces es un frío que camina a lo largo del cuerpo, un viento que no existe, nuestra cabeza marea y los vellos se ericen y pensamos que algo no se va bien… y sentimos el miedo. Un sonido que nace en el interior del cuerpo, del interior del alma que nos hace parar. Si no nos importa el miedo puede ser que nada acontezca o puede ser que sí. Sin embargo, fuimos alertados.
Todos sentimos el miedo y es claro que él no es bienvenido, porque su sonido nos alerta y nos insinúa tener prudencia, simplemente diciéndonos que lo que deseamos está más allá de nosotros, si elaboramos intentos ambiciosos. Que es necesario volver al sonido de la trompeta que suena la retirada y nos dice para no avancemos más.
Si avanzamos por obstinación o porque es importante y necesario, es el miedo con su sonido escondido que conecta todos nuestros sentidos. Si es necesario e importante para nosotros, el coraje nos ayuda, y si es solamente obstinación, el miedo puede interrumpir nuestra caminata o aventura.
Testarudos son los inocentes, valientes son los imprudentes y prudentes son los que piensan. Inocentes son los testarudos porque imaginan que todo que puede suceder de mal es solamente con los demás. Y valientes son los imprudentes, porque saben que vivir la aventura es cambiar el curso de la historia. De los demás y de ellos. A los prudentes resta la supervivencia, que vive o acompaña el miedo y los prudentes siguen la conciencia, siempre aguardando tanto lo mejor o lo peor.
Si el miedo tuviera un sonido él sería el viento frío del invierno que aconseja vestir una manta para protección. Si el miedo tuviera un color él sería la sombra del fantasma que pasa para interrumpir el ímpetu del curioso o el coraje del aventurero.
El corazón del aventurero late fuerte cuando oye el sonido del miedo, como si un motor empezara a funcionar listo para saltar hacia lo desconocido. Cuando oye el sonido del miedo el inocente siente ganas por avanzar por desconocer el peligro. Cuando oye el sonido del miedo, el valiente avanza y siente la curiosidad por avanzar más allá de sus límites. Cuando oye el sonido del miedo, el prudente para y con él el mundo nunca podrá cambiar y sin buscar conocer en donde está el límite del miedo. Y por eso va a rechazar su caminata.
¿Y dónde están sus miedos?
Origen de la foto: Foto de Alexandra Gorn na Unsplash
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