El mal con el mal
“Los hombres creen que tienen el derecho de combatir el mal utilizando el propio mal. Y, si no pueden hacerlo, creen que pierden la libertad”, según Aristóteles. Me imaginé con ese pensamiento y cómo él está conectado con los momentos que vivimos en el mundo hoy en día.
Responder al mal con el mal es una estrategia cargada de venganza. Es una estrategia para imponer voluntades. Es claro que juzgamos los actos de otros como dañinos y molestos, que podrían causarnos daños. Por eso, juzgar al otro como malvado abarca ciertos ámbitos religiosos o políticos. Definir las palabras de otros como malignas, prejudiciales a nosotros es un arma que utilizamos en nuestra supuesta defensa.
Si la contienda verbal fuera solo una contienda superficial, las cosas podrían concluirse en paz. Y cada uno seguiría su camino, llevando sus convicciones. Entretanto, las partes tienen miedo. Si no comprendemos algo por distintas razones, nos lleva a contiendas, incluso por terquedad en opiniones. Por eso, cogemos ideas en los libros religiosos o políticos para imponer voluntades que se encajan a las nuestras. Y, por eso, serán los otros los portadores del mal.
Es duro conocer el mal en estas condiciones, si en las ideas o en las intenciones. Estampillar al otro con algún adjetivo negativo es la mejor manera de definir la maldad ajena. ¿Si no intentamos comprender las ideas opuestas, porque no se sujetan a las nuestras, es calificar al otro? La respuesta será siempre una mayor maldad para sujetar la supuesta maldad a su oponente.
Ese tipo de comportamiento es una creencia que, según Aristóteles, hace creer a los lados que un sentimiento de pierda de la libertad surge. Por un lado, el que desea imponer al otro sus ideas ve, en la posibilidad de silenciarlo, una manera de luchar por una libertad supuesta que, en tesis, sería de todos, incluso del oponente. Es como si fuera un exorcismo.
Cuando un grupo defiende “nuestra” libertad no está incluyendo a todos en esa libertad, sino utilizando este “nuestra” como la posibilidad de hacer lo que quiera. Aunque rompa con el sentido de humanidad o de las leyes para imponerse al otro.
Es claro que nuestra libertad es general, fluida y constante para que todos sin excepciones puedan usar esa calidad de libertad en los límites de la ley y de la orden. Lados opuestos no necesitan, cada uno, de un tipo de libertad particular. Lados opuestos conviven en la libertad de vivir cada uno su papel social, su voluntad personal y su arbitrio.
Lo más desafiante en la libertad es comprender lo que ella es y lo que representa para cada uno. Si un lado impone con violencia sus ideas provoca en el otro un poder de reacción. Y, al final, todos creen estar correctos, buscando una libertad ficticia. Si el principio de la libertad, en cada uno, es estar correcto, en acuerdo con sus convicciones personales o grupales, caemos en una paradoja. Por eso, el mal se combate con maneras correctas y legales en un estado de derecho. Y tener derechos y deberes es uno de los principios fundamentales para vivir en libertad.
Origen de la foto: Foto de Sander Sammy na Unsplash
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