El amor maduro
Si deseo un amor, por más maduro que sea, que lo encuentre en el otro extremo de la vida. Y que él sea la corona de una vida vivida, que me ha encantado, absorbida en cada uno de los amores que tuve.
El amor maduro es fruta que se cosecha sin sustos. Es el bosque que se elige en donde se desea despertar.
Es noche sin tonterías, es besarse mientras el destino extendiéndose por más tiempo sólo por querer amarse. Algunas veces es pelea, es aburrido, es demente por esparcirse en donde por tanto tiempo nosotros, testarudos, aún jóvenes no lo aprovechamos.
No es un amor bruto, ese amor de la edad, es elegir, sin vanidad, sabiendo que el tiempo, esa columna insuperable que nos causa temor y nos impide continuar en la vida, al final de todo llega. Y lo más importante es vivir cada día como si fuera el último. No que sea la soledad, que sea un recomienzo, un despertar diferente.
Él es más sobrio pero no sombrío, distinto del amor joven, ese ser tan altivo que piensa que la eternidad pertenece sólo a él y a más nadie.
Este amor tan joven parece un día de sol que nunca va a terminar. Sin embargo, la sombra, al contrario, no es asombrada, ella es una manera de esconderse, así como el sonido de los besos deambulan escondidos, entretanto el sonido de los besos superan los escondites.
El tiempo, cuando se va adelante, se parece un manto de niño que la madre acurruca en su regazo. Y este amor se parece solitario, es tímido, callado, y sólo entre cuatro paredes es que se rehace.
Ese amor maduro es avergonzado, es tímido, cariños rápidos tomados al aire libre, guardando sus recatos, que se cambia en arte, lejos de todos, en el silencio de un cuarto. Es lleno de palabras, con despacio, más sencillo, entretanto no es menos caliente igual que los otros amores son.
FOTO: Photo by Nina Hill on Unsplash
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