Claveles y rosas
En su balcón él cultiva sus claveles. Los habían de múltiples colores y uno de ellos era el más bello. Soberbio, tenía un color anaranjado y lleno de pétalos. La flor se asemejaba a un cabello harto de color cobreado arriba de un bello y grueso ramo verde. Era distinto de los demás y codiciado por algunas miradas curiosas desde la calle que lo miraban así como los balcones floridos del edificio antiguo y elegante.
Entre los balcones del edificio, ninguno de ellos era más florido que dos. Un jardín de claveles y uno de rosas.
Para el dueño de los claveles, solamente había belleza en un jardín de rosas al lado que llenaba de perfumes el aire y de colores el balcón. Eran cercanos, vecinos, alcanzables por sus manos. Quizá, para el dueño de los claveles, la belleza no estaría sólo en las rosas y sus formatos y colores, pero en la bella que las cultivaba. Tenía las manos protegidas por guantes, dueña de dedos delicados, aunque envueltos por el tejido rústico, que sacaban una a una las malas hierbas del jardín.
Escondido entre sus flores, él miraba, maravillado, su bella vecina, sin coraje de hablarle, decirle algunas palabras, una sonrisa o una simples mirada. Cuando ella aparecía en su balcón, él podía sentir su presencia a causa de la sombra que ella dibujaba sobre sus claveles, como se los dominase. Y como si cuidase de sus claveles, él tocaba aquella sombra como si ella fuera, exactamente, su objecto de deseo.
Mientras cultivaba sus flores, él se iba soñando con la bella vecina jardinera. Se ponía entre sus claveles para observarle, y su mirada se alzaba para poder verla, escondido, mezclado entre las flores de su jardín, cuando ella se colocaba de espaldas para trabajar mejor.
Una de las rosas de su vecina se convirtió en la más soberbia que las otras. Y las manos de la jardinera le daban más atención y afectos. Él empezó a mirar la rosa más que las otras. Su clavel, más viejo, aún tenía la fuerza del nacimiento, y balanceaba con el viento arriba de los otros, y ellos eran los actores que lo convertían en el más bello.
Podría empezar una conversación con su vecina, porque los dos tenían el mismo afecto por sus flores. Él, entretanto, era tímido y no se permitía acercarse a ella. Así él estaba satisfecho en verla tras el camuflaje de su pequeño jardín de claveles.
Una noche él salió para su balcón porque el tiempo estaba caliente en demasiado, y él notó que la rosa de su vecina, la más bella que era reina del jardín estaba en su jardín. Él pensó que ella había caído a causa del viento o por algún descuido de su dueña.
Se la tomó y la llevó para su casa. La colocó en la almohada al lado de la suya y durmió admirándola como si fuera su vecina que estuviese allí, con sus bellos ojos cuidando de su sueño.
Su vecina salió, normalmente, en la mañana siguiente y en su balcón cuidó del jardín, como si nada hubiera acontecido.
En la noche, él salió de su cuarto y cortó el largo ramo de su clavel favorito y lo colocó en el jardín de su vecina.
Cuando durmió, aún tenía la rosa, intacta, brillando a su lado en la cama. Estaba feliz con las manos tocando la bella rosa. En el día siguiente, despertó en un cuarto distinto del suyo, con sábanas perfumadas y veía los bellos ojos de su vecina admirándolo. Intentó levantarse y sonreirle, pero la única cosa que hizo fue abrir más los pétalos anaranjados, como ojos de felicidad, y continuó inmóvil, como si sus pies estuviesen pegados como un ramo de una flor.
Origen de la foto: Photo by Magda Pawluczuk on Unsplash
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