Barcos de deseos
El padre colocó, cuidadosamente, hojas de papel en la mesa y las dobló algunas veces. Los ojos relucientes del niño observaban el movimiento de sus manos, ajustando cada una de las piezas, alisándolas para obtener la figura deseada.
Como magia, un sombrero brotó de las hojas y el niño se lo puso en la cabeza y empezó a marcharse, alegremente, por la sala, golpeando el piso con pisadas fuertes. En seguida, el padre le llamó y, nuevamente, sacó una nueva hoja y empezó a confeccionar otra figura. El niño se marchó hacia una silla y alcanzó la mesa como si estuviera subiendo una montaña de donde podría observar a la redonda a los enemigos imaginarios.
El hombre, con paciencia, empezó a confeccionar el que parecía otro sombrero. Y, de repente, nuevamente como magia, de las manos paternales brotó un barco, grande y majestoso.
El niño tomó el barco y su padre le dijo.
– Ahora, escribes un deseo en un billete y lo coloques en él y vamos a buscar algún curso de agua en donde colocarlo.
El niño le miró intentando comprender sobre qué él hablaba. Su padre, comprendiendo la dificultad de su hijo le explicó que un curso de agua podría ser un río, las aguas saliendo de una boca de alcantarilla o un flujo de lluvia por las calles.
– ¿Y después, nuestro barco desaparece? – le preguntó el niño.
– Sí, y con él se va tu deseo – le respondió el padre.
– ¿Y a dónde él se va?
– Hacia donde el agua lo conduzca, y con él tu deseo. Como no sabemos el lugar en donde se realizan nuestros deseos, debemos pensar que es algún lugar imaginario y alguien va a leer tu mensaje y podrá atenderte. Claro que para realizar los deseos, este alguien debe comportarse bien, ser un buen chico ¿comprendió?
El niño no sabia que pedir, y en aquel momento pidió a su padre que le enseñase como confeccionar aquellos juguetes, usando hojas de periódicos. Su padre tomó otra hoja y le fue enseñando a confeccionar muchos sombreros y barcos, que el niño usaba para juguetear sus batallas.
Un día, volviendo de la escuela, el niño encontró a su madre con los ojos llenos de lágrimas, y le preguntó.
– ¿Por qué lloras, mamá?
– Tu padre se fue, hijo.
– ¿Y por qué?
– Porque él lo quiso así. No se sentía feliz, le encanta conocer el mundo y me dijo que no le gustaba ser padre, esposo… ahora, estamos solos.
El niño miraba los barcos que su padre le enseñó a hacer y pensó que quizá en algunos de ellos, aquellos que existían en realidad, estaría su padre, conociendo el mundo y aprendiendo otros trucos; y que al volver a casa le enseñaría todos ellos, incluso aviones, coches y todos los vehículos.
Cuando llovía, y la calle se llenaba de agua, el niño colocaba su deseo en el interior de un barco de papel y aquel pedazo de diario se iba por las aguas amarillentas llevando para algún lugar distante y desconocido conteniendo su pedido para que algún día su padre volviera a casa.
El niño colocó muchos barcos en las aguas, incluso en cualquier agua que encontraba. Cuando se convirtió en adulto dejó de confeccionarlos y siguió su vida.
Cuando se casó y tuvo un hijo que deambulaba por la casa haciendo diabluras, su mujer le pidió que juguetease con él porque ella no sabía que hacer para agradarle en un día lluvioso. Él pensó qué podrían hacer juntos. Tomó algunas hojas de papel de un periódico que leía y empezó a confeccionar un sombrero y se lo puso en la cabeza.
El niño, viendo aquel juguete raro en la cabeza de su padre, le pidió que hiciera otro para él. Su padre le atendió y, pronto, confeccionó otro y lo colocó en la cabeza de su hijo.
Él salió por la casa marchándose como a un soldado. Su padre sonrió y tomó otra hoja de papel y confeccionó un barco y se lo mostró al niño, cuando él dio la vuelta para volver hacia él.
Los ojos del niño brillaron y le preguntó a su padre cómo él sabía hacer aquellas cosas.
El padre le respondió.
– Quién me lo enseñó fue mi padre.
– ¿Mi abuelo?
– Sí, tu abuelo.
– ¿Y en dónde está él?
– No sé, no sé a dónde se fue él.
– ¿Y cómo podremos juguetear con este barco?
– Puedes colocar un deseo en el interior de él, le dijo el padre, mientras una lágrima deslizaba en su rostro. Y, a la vez, él se arrepentió sobre lo que le dijo.
– Pues, voy a colocar un deseo, le dijo el niño.
Y luego un papel y una pluma aparecieron en sus manos para escribir un billete, mientras pasaba otro papel a su padre, para que él también lo hiciera. El padre, delante de la alegría de su hijo, no se atrevió a refutarle. Sus manos temblaron cuando escribía el billete con su deseo.
Después, el niño le preguntó.
– ¿Y en dónde podremos colocar nuestros barcos para que se lleven nuestros deseos?
El padre miró afuera y vio que la lluvia había terminado.
– ¡Podemos dejarlos en las aguas que corren en la calle!
El niño tomó las manos del padre y salieron, a pesar de los avisos de su madre para el almuerzo. Para su padre fue como si el tiempo volviese por un momento. En la calle, el niño colocó su billete en el barco y pidió a su padre que hiciera lo mismo. El padre, avergonzado, colocó su billete y el niño puso, suavemente, los barcos de papel en las aguas, que, rápidamente, se los llevaron.
Los dos se quedaron en la acera, cada uno de ellos con un sombrero de papel en sus cabezas y observaron los barcos que desaparecían en la calle. Mientras el niño se encantaba con los juguetes, intentando verlos mas allá, el padre también se perdía la mirada en el horizonte imaginando una vez más existir algún lugar mágico.
FUENTE DE LA FOTO: Photo by Elina Buzurtanova on Unsplash
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