Amor en pedazos
La pareja caminaba por la acera iluminada por las tiendas en la elegante calle, propicia para el paseo relajado por aquellos que miran los escaparates con ropas, y apuntaba con los dedos como si estuviera procurando un asunto cualquiera, celebrando la unión de dos personas.
No había movimiento en la calle, sólo algunas personas que también caminaban tranquilas en el silencio de un tráfico con pocos coches.
Yo miraba, como siempre, el celular, entretenido con el whatsapp durante una conversación muy alegre con mis amigos.
Mi mirada, cuando se elevó de la pequeña pantalla iluminada, encontró a la pareja caminando. Venían balanceando las manos; jugueteándose con los cuerpos, con delicadeza; como si sintiesen la calidez, la sedosidad de ellos; en esa química que brota cuando dos almas se sienten seducidas.
¡Confieso! Lo que me llamó la atención no fue la presencia de una pareja. Sin embargo, aunque viviendo en un mundo políticamente correcto, no me pude quedar distante, y extrañado, viendo dos chicas que se abrazaban, y de vez en cuando se daban besos, pero nada exagerado o desmesurado.
Sonreí. Sonreí con aquella sonrisa de quién, todavía, no estaba acostumbrado a verlos así, gays asumidos, exponiéndose a la realidad de sus sentimientos, por las calles, viniendo desde un pasado encarcelado entre las paredes de un secreto.
Una de ellas vestía una ropa florida; cabellos pegados, y ornamentados por una horquilla; un pañuelo de cuello, y zapatos de taco. La otra joven un poco más sobria, cabellos cortos, también sin extravagancias, con un caminar más circunspecto.
Sus caras estaban iluminadas por la juventud, y los brillos en los ojos mostraban una rara felicidad.
Como el cielo que se caen lluvias y tormentas, un grupo de chicos, vistiendo ropas negras por el sentimiento, marcados por tatuajes aterradores, se acercó de la pareja y comenzó a golpearlas, principalmente aquella que se parecía con la imagen masculina, como si fuera una venganza sobre ella, por una justificación cualquiera, yo no sé, golpeando una figura que ellos hallaban desplazada del mundo.
A la otra joven, ellos la golpearon con empujones en contra de su débil resistencia intentando ayudar a su amada compañera. Sus gritos se mezclaban con los palabrones dichos por el grupo, y eran frágiles, mientras la gente que los veían, estupefacta, como si viesen un espectáculo de horror, en un palco abierto en la ciudad, no hacía nada.
Yo no me sentía estar allí, me sentía atónito y desconcertado, aún oyendo el sonido del Whatsapp: personas deseando charlar futilidades, mientras ocurría una barbarie delante de mis ojos.
Enloquecido, el grupo se alejó, dejando en el piso, arriba de un charco de sangre y desfiguración, a quién, hace unos momentos, caminaba sin preocupaciones por la calle.
La novia se puso de rodillas llorando, con las manos en su pecho, mirando y acariciando a su amor, ahora, en una mezcla de sangre; ropas rotas, y lágrimas; lamentándose y preguntándose el porqué de todo.
Fue una agresión sin motivo, extendida en el paseo, un amor hecho en pedazos, después de confrontarse con el prejuicio, juntando cada punto de timidez, y exponiéndose con liberación.
Podemos condenar cualquier forma de odio, pero ninguna de las formas de amar.
Fuente de la foto: morguefile.com
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